Se estaba
haciendo esperar. Llevábamos ya 6 horas de cola y ahora esto. Cada
movimiento en el escenario era observado con lupa. Cada vez que salía
un operario a revisar un micro, ajustar un altavoz... Diez metros nos
separaban del escenario. La gente tenía ganas de show y empezaron
algunos cánticos. Primero tímidos, luego más generales y sonoros.
Pero esto no empezaba y rodillas y espalda ya se quejaban pidiendo
descanso...
Cincuenta
minutos más tarde de lo esperado, se empieza a escuchar una música
un tanto celestial. Uno a uno, van saliendo los miembros de la E
street band ante el bullicio de un Estadi Olímpic abarrotado, que
rindió ovaciones especiales a Jake Clemons, sobrino del fallecido
Clarence, y Steve Van Zandt. Unos segundos después, Bruce
Springsteen hace acto de presencia con una sonrisa. Ni vídeos
introductorios, ni luces diabólicas, ni fuegos artificiales. Una
simple sonrisa. Se planta delante del micro y cierra los ojos un
segundo. Luego repite dos veces “Bona nit Barcelona! Bona nit
Catalunya!” (¿o dijo Badalona?) dejando unos segundos para que el
publico contestara. Y vaya como contestó. Un ruido atronador salió
de las gargantas de las más de 50.000 personas allí presentes. Un
grito que dejó claro a Bruce y a su banda que no iban a estar solos.
Después de
esas cuatro estocadas de Max Weinberg a la batería, Bruce
Springsteen empezó con “Badlands”, escupiendo a estas malas
tierras y pidiéndoles que nos empezaran a tratar mejor. La piel de
gallina.
“I wanna find one
face
that ain't looking through me
I wanna find one place,
I
wanna spit in the face of these ¡badlands!”
“We take
care of our own”, “Wrecking ball” y sobre todo, “No
surrender”, hicieron que Bruce y público se fusionaran en uno.
“Death to my hometown” dio paso a la primera -y necesaria-
canción más tranquila. Sirvió para bajar la tensión, que no la
emoción, por unos instantes, y a mi para ser consciente de donde me
encontraba. Alucinaba. No me lo podía creer. Después de tanto
tiempo, allí estaba. Era él. En carne y hueso y a unos pocos metros
de distancia. Se me humedecieron los ojos mientras Bruce, acompañado
solamente de piano y guitarra acústica, cantaba “My city of ruins”
y recordaba por primera vez a su fallecido amigo, 'Big Man' Clarence
Clemons. Aprovechó la canción para presentar a su banda. Fue
gracioso el momento en que preguntó “Where's my love?”, y el
mismo contestó, en catalán: “Está a casa amb els nens i envia
amor per Barcelona”.
“Out in
the street” fue un grito a la libertad, despertando a los
emocionados springteenianos de nuevo. Corrió de lado a lado del
escenario sin parar, levantando sus brazos y a toda la grada de sus
asientos. Empezó luego una serie de canciones menos conocidas, por
lo menos para mi. Quizá fue el único pequeño pero del concierto.
“Talk to me”, “Jack of all trades” -preciosa y con dedicación
especial al 15M-, la intensa “Youngstown”, “Murder
Incorporated”, “Johnny 99” -lejos de la versión del álbum
Nebraska- y la sorprendente “You can look, but you better not
touch”.
A partir de
ahí, y sólo llevábamos poco más de una hora de concierto,
espectáculo puro y duro. El clásico “She's the one” se enlazó
con “Shackled and Drawn”, donde Springsteen cantó al lado de una
mujer negra con una voz increíble. Sonó entonces “Waiting on a
sunny day”. Todo el mundo cantaba y bailaba. El Boss, en lo que se
está convirtiendo en un clásico de sus conciertos, sacó a una
chiquilla de unos 10 años al escenario, le dio el micro y calló al
público para dejarla cantar a ella. Lo hizo bien, por cierto. Al
acabar, cogió a la niña en brazos y la dejó suavemente y sonriendo
con sus padres de nuevo, mientras yo me preguntaba porqué no tenía
10 años... Después se dirigió al público y pidió repetir el
estribillo un par de veces, sin música. Sólo nosotros. El Estadi
Olímpic rugía como nunca. Se me erizó el pelo, una vez más.
Pero no se
quedó aquí y el Boss quiso recordar que no hace falta ser un niño
para poder soñar con “The promised land”, donde el joven Jake Clemons
tuvo su primer gran sólo de saxo, que cumplió con nota. Springsteen
pasó entonces por un pasillo que había entre el público,
subiéndose a una pequeña tarima en medio del gentío. Aproveché la
ocasión para acercarme al pasillo para intentar tocarlo. Pude
sentirlo a poco más de 5 centímetros. Me faltó nada...
Se hizo el
silencio. Se hizo la oscuridad. Y de repente, una harmónica. Era
“The River”. Probablemente fue el momento más emocionante de la
noche. Con lágrimas en los ojos y rodeado de muchas de las personas
más importantes de mi vida, canté hasta vaciarme.
“Now those memories
come back to haunt me,
they haunt me like a curse...
Is a dream
a lie if it don't come true
or is it something worse?”
Bruce
entendió el momento y dejó unos segundos de respiro. Al rato, se
plantó frente al micro de nuevo con un foco que sólo lo iluminaba a
él. Empezó a tocar la guitarra, primero suave y poca a poco
acelerando el ritmo. Acabó con un brutal sólo de guitarra que dio
inicio a “Prove it all night”. Sin tiempo para descansar, nos
puso a todos a bailar con “Hungry heart”, dejando, como ya había
hecho en otras ocasiones, al público cantar las dos primeras
estrofas. Superábamos ya la barrera de las dos horas.
Todos
levantamos nuestras manos en “The rising” y creímos, quizá sólo
por un momento, que pase lo que pase, siempre podremos volvernos a
levantar y seguir luchando. Se volvió a pasar a la acústica
-¿cuántas veces se cambió de guitarra?- y empezó a cantar “We're
alive” sin más acompañamiento que su instrumento. Más tarde, se
añadieron los demás dándole una dimensión diferente a la canción.
Os diría
que ya acabo, pero mentiría. Queda lo mejor, seguramente. Antes de
hacer su único bis, nos deleitó a todos regalándonos “Thunder
road”. Todo el mundo se la sabía y unas voces cada vez más
cascadas acompañaron a Bruce y Mary lejos de esa ciudad de
perdedores.
Bis, si se
le puede llamar así. En nada ya estaba sonando “Rocky ground”,
antes de un final apoteósico. La gran sorpresa que nos iba a dejar
el Boss tenía nombre y apellido: “Born in the USA”. La gente
estaba alucinada, pues era la primera vez que la tocaba en toda la
gira. Sonó dura y profunda, como siempre. En ese momento tuve que
agachar la cabeza, que me dolía demasiado. Estuve unos treinta
segundos con los ojos cerrados, sin decir nada, ya esperando que
acabase la canción. Tuve la 'mala suerte' de que la siguiente
canción era sinónimo de éxtasis y... ya me dio todo igual. Como un
ultra loco canté “Born to run” todo lo fuerte que pude con la
poca voz que aún me quedaba.
“
Someday girl I don't
know when
we're gonna get to that place
Where we really want to
go
and we'll walk in the sun
But till then tramps like us
baby
we were born to run”
La maravillosa “Bobby Jean” quedó en un segundo plano después
de todo aquello. No era de extrañar, claro. Ya sólo quedaban dos
canciones... ¡y qué dos! La mujer embarazada que había traído esa
graciosa pancarta que ponía 'In my belly, my baby is... dancing in
the dark' obtuvo su recompensa. “Dancing in the dark” sonó
alegre y divertida. Sonó con el sabor amargo de la despedida,
también. Era una fiesta. Una fiesta inigualable...
Se despidió como en todos los conciertos de esta gira, con “Tenth
avenue freeze-out”. Después de la genial intro, Springsteen se quedó agarrado con sus manos al palo que sostenía el micro e inclinó su cuerpo hacia atrás. Estuvo así fácilmente 20-30 segundos. Siempre me pregunto qué debe pasarle por la cabeza a ese hombre -aunque parezca que no, creo que es sólo un hombre- en momentos como ese. Esta canción la
aprovechaba para hacer un homenaje final a su amigo fallecido hacía
unos meses. Ya lo avisó en la tercera estrofa. “This is the
important part”, dijo. Y empezó:
“When the change was made uptown
and the Big Man joined the band”
Justo después de eso, debía sonar el saxo de Clarence. En lugar de
eso, la E Street Band calló mientras el Boss se quedaba quieto plantado
delante de la gente, con el micro apuntando al cielo y los ojos cerrados,
y unas emotivas imágenes del saxofonista salían por las pantallas.
La gente aplaudió sin parar durante algo más de un minuto, antes de
que Bruce decidiera acabar la canción, no sin antes subirse al piano -llevaba el hombre 62 años encima y tres horas y pico de concierto- y bajar de él con una envidiable forma física. La ovación fue sonora y más que merecida.
Tres horas y cuarto de rock del bueno. No sabía donde ponerme.
Estaba orgulloso de haber vivido algo así. Feliz. Crecido. En ese
momento me di cuenta de que también estaba muerto de cansancio.
Llegué a casa y no tardé en meterme en la cama. El día siguiente
tenía universidad como tantas otras noches. Pero absolutamente todo
había cambiado.
Hoy podría haber ido al segundo concierto, pero no he querido. Lo de
ayer fue asombroso, con mi gente y con un setlist irrepetible. Y...
ya habrá tiempo para para volver. Este tío... este tío es eterno.
Lo de ayer no tiene nombre. Fue asombroso. Brillante. Genial.
Gracias, Bruce. Muchas muchas gracias.